jueves, 23 de septiembre de 2010

De la rebeldía


Noon: Rest from Work ha sido, desde hace tiempo, una de mis pinturas favoritas. Y aunque Van Gogh me gusta particularmente, quizá sólo su habitación me produzca una sensación similar a la que experimento con esta obra. Debo confesar que soy un hombre perezoso, y que he consagrado largas horas de mi vida al ensueño. Sin embargo, ninguna de las siestas que he tomado ha sido tan placentera, como parece ser aquella en la que Van Gogh ha dispuesto sus personajes. En primer plano aparece una pareja, en un paisaje bucólico, sumida en un sueño apacible. Al hombre se lo ve más cómodo por tres aspectos esenciales: está descalzo, su ropa es más ligera, y el sombrero reposa apenas sobre su nariz y sus ojos, permitiendo que la brisa refresque el cabello sudoroso de una mañana de trabajo en el campo.

La mujer, por su parte, sin parecer incómoda, permanece con los zapatos, y una especie de paño cubre su cabeza. Sus ropas son un poco más gruesas, tendrá más calor quizás, pero goza junto al hombre de la placidez del momento. El hecho de que quien toma la siesta no sea un individuo, sino una pareja, incluye la sensualidad en una escena que cada vez resulta más paradisíaca.
Sin embargo, el placer se construye principalmente desde la autónoma disposición de los cuerpos. Si bien la idea de pareja es placentera, la de privacidad y del espacio propio lo son también. En este caso, ni el hombre posee a la mujer rodeándola con el brazo, ni la mujer lo asfixia con la cabeza sobre su pecho. El placer nace en el contacto apenas, en ese sentir no ya la carne ni el aliento, sino la mínima presencia necesaria para escapar por un instante de la soledad. Al efecto, una misma línea separa la mano, el antebrazo y ambos codos de la mujer del torso del hombre, y otra, así mismo, los separa desde los muslos hasta los pies.
La pila de trigo a cuya sombra se acuestan introduce un elemento decisivo en la construcción de la placidez: el trabajo. El trigo que tanto placer les ofrece es el fruto de su trabajo. La recompensa del trabajo en este caso es inmediata: a mediodía les ofrece sombra la pila que han ido levantando durante la mañana. Así, los tres elementos vertebrales de Noon: Rest from Work aparecen ya en el primer plano de la obra.
La idea de mediodía que obtuvimos en el primer plano, deducida obviamente de los requisitos de la sombra, se despliega en el segundo plano en el contraste cromático. Van Gogh, según lo atestiguan comentarios propios sobre su obra, tenía cierta predilección, un gusto casi excesivo por el color amarillo; en este plano de la obra, el desequilibrio del amarillo es precisamente lo que transmite esa sensación infernal y sofocante. El trigo que está fuera de la sombra se funde humeante hasta convertirse en una reverberación blanca. La oscuridad del trigo del primer plano potencia la sensación de bienestar. Y no sólo la tierra se funde; en el tercer plano, el azul del cielo también reverbera en un vapor ardiente, contenido en gruesas pinceladas blancas.
Aquí se completa también el sentido de mediodía al que se refiere la primera palabra del nombre de la obra. La idea de descanso fue extensamente descrita ya en el primer plano de representación. Ahora ya no sólo es el descanso, es el descanso precisamente a mediodía, cuando el calor es insoportable y el cuerpo, pesado. Entonces, únicamente resta introducir el tercer elemento vertebral, el que probará quizás que la siesta en la modernidad es un acto puro de rebeldía.


La idea del trabajo completa lo paradisíaco de la escena. De hecho, mediodía y trabajo, a pesar de ser sustantivos, actúan como adjetivos de la palabra descanso, potenciando su expresión. Además, la rebeldía será precisamente el movimiento que suscite el tratamiento del discurso del trabajo, puesto que para las clases inferiores, la media y la baja, el trabajo es una virtud, es el camino del honor. La idea de ganarse el descanso actúa directamente en contra de la más básica libertad humana: el ocio.


Por tanto, tomar un descanso en medio del trabajo sí constituye un acto de rebeldía. Es más, si el trabajo fuera realmente sagrado, tal como lo plantea el discurso de clase, sería incluso una blasfemia aprovecharse de él para ponerse a gusto, en el momento mismo de su liturgia. La interrupción del trabajo, esbozada sintáctica y semánticamente en el título de la obra, se consolida aquí como un símbolo pictórico, al situar a los durmientes y a la sombra precisamente entre el sol sobre las carretas y los zapatos junto a las hoces. Además, el movimiento que la sintaxis del título impone en la lectura de los planos de la obra le proporciona continuidad; hay un movimiento que va del límite del sol y la sombra a los durmientes, y de ahí a la carreta y a las hoces. Así el instante, tras ganar la dimensión temporal, completa las condiciones de la existencia. La siesta, por tanto, se reproduce interminablemente.